En nuestras ajetreadas vidas, nos enfrentamos cada día con situaciones que no nos gustan. Algunas veces no se puede hacer mucho, y otras veces, tenemos la posibilidad de protestar, quejarnos, o luchar. Hoy vamos a ver como actuamos habitualmente, en función de nuestras personalidades, para luego valorar como deberíamos enfrentarnos a las insatisfacciones y problemas más habituales.
Todos gestionamos el conflicto y la insatisfacción de forma diferente
Te voy a citar diversos tipos de personalidades, y probablemente te vayas a reconocer en la segunda, aunque pertenezcas al primer grupo o al último. Es normal, tendemos a tener una visión parcial sobre nosotros mismos. Pero si miras a tu alrededor y analizas los comportamientos de los que te rodean, quizás sea más fácil clasificarlos a ellos, y también a ti indirectamente, mediante comparación.
- El primer grupo es de las personas que se tragan las insatisfacciones. Al igual que todo el mundo, hay cosas que no les gustan, pero no se enfrentan a ellas, habitualmente por miedo al conflicto y a sus consecuencias.
- El segundo grupo es de las personas que se enfrentan a sus insatisfacciones pero no siempre. En ocasiones, para lo que consideran importante, se quejan o intentan solucionar el problema. En otras, simplemente dejan correr.
- Finalmente está el tercer grupo, los que no dejan pasar ni una, o muy pocas. Quizás por perfeccionismo, quizás por un alto sentido de la auto importancia, consideran que no pueden aceptar ninguna situación que les provoque insatisfacción, y se meten en conversaciones y conflictos cada poco.
El problema del primer grupo es que se amargan porque viven rodeados de situaciones sin resolver que los incomodan. El problema del tercer grupo es que viven en un conflicto casi permanente con todo lo que no les gusta. Pero, seguramente las personas del primer grupo piensan de sí mismas que son muy tolerantes y adaptables, y que realmente lo que hacen es aceptar las situaciones y seguir adelante. Del modo opuesto, los miembros del tercer grupo posiblemente piensen que no tienen tantos conflictos, y que no hay nada malo en buscar lo mejor para uno mismo.
No se puede vivir sin conflictos
Que no se me malinterprete. Evidentemente, con una personalidad abierta y empatía se pueden evitar muchas tensiones y conflictos, y es algo muy positivo. Pero evitar al cien por cien los conflictos es impensable. Siempre puede aparecer un jefe tiránico, un desconocido agresivo, un hijo rebelde (aunque solo sea un día), una situación injusta, lo que sea. No vivimos en un mundo perfecto.
Si se evitan los conflictos por completo, entonces desaparece la personalidad propia, y se moldea entorno a lo que los demás consideran aceptable, y hablo tanto de relación de pareja, de ambiente laboral o incluso de la relación padres-hijos.
No se puede vivir siempre en conflicto
Está muy bien luchar por lo que crees justo, por lo que te parece correcto, por lo que te mereces, etc. Pero si abusas del conflicto, lo más probable es que generes rechazo a tu alrededor. Tu entorno rápidamente te calificará como una persona conflictiva, y, un poco como con la historia de Pedro y el lobo, cuando realmente estés luchando por algo importante, no te harán tanto caso, porque estarán cansados de haber visto conflictos para cosas de menor importancia.
Hay que saber elegir las batallas
Todo empieza por conocerte. Si te conoces, si sabes cuáles son tus objetivos vitales principales, entonces sabrás cuales son las “líneas rojas” que no permitirás que otros pisoteen. Esas prioridades pueden variar mucho según las personas, pero dentro de los casos más habituales están las problemáticas laborales (no dejar que te exploten) y las de relaciones personales (no dejar que te manipulen o que te controlen).
Si eliges tus batallas, irás con fuerza a defender tus derechos, o explicar tus argumentos. Si eliges tus batallas, tendrás más credibilidad, porque la gente no estará acostumbrada a verte pelear. Además, evidentemente, si defiendes las cosas más importantes para ti, te dará la paz mental que requieres. Si consigues tu objetivo, tendrás la satisfacción de haberlo logrado. Si no, sabrás que hiciste todo lo posible.
Las batallas que decidas no luchar serán cosas más pequeñas, perdidas aceptables. Además, a veces incluso las puedes usar como argumentos para tus batallas importantes. En un conflicto, puedes decir “cuando pasó aquello no me opuse, no estaba de acuerdo pero lo deje correr, pero ahora no puedo hacerlo”.
A veces puede ser difícil saber cuáles son las batallas que merecen la pena. Si eres una persona del primer grupo, es probable que sean las que te dan mayor miedo al conflicto (aunque no sea una regla general). Si eres una persona del tercer grupo, tendrás que hacer un trabajo de introspección para elegir tus batallas, y un trabajo importante para aprender a aceptar no luchar en los pequeños conflictos. Al igual que superar el miedo y actuar para las personas del primer grupo, el cambio puede costar.
Pero merece la pena. Saber elegir las batallas da mucha paz y satisfacción. Sabes que las cosas más importantes para ti están bajo control, y lo demás, no es tan importante así qué ¿para qué preocuparse?
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